jueves, 13 de marzo de 2014

Sobre Muñecas de Takeshi Kitano Muestra del Nūberu bāgu


La referencia a las muñecas, que se constituye en el título del filme, se muestra desde el principio, durante el desarrollo y el final de la película, las marionetas son elementos del teatro Bunraku y describen perfectamente la vida de los personajes como juguetes se dejan manejar así como de quienes manipulan sus acciones y el público que goza del espectáculo de lo ajeno.

Nos encontramos con tres historias de amor bastante retorcidas, entrelazadas entre sí y enmarcadas por la tragedia y la muerte.

En primer lugar, la de Matsumoto y Sawako, una pareja joven de clase media que decide casarse y ve interrumpida su unión, en la que se evidencia una denuncia directa a los rezagos del feudalismo japonés iniciando el siglo XXI, en una de las naciones con mayor avance tecnológico, los padres de Matsumoto, hacen que su hijo un hombre aparentemente formado, independiente y libre ceda a la manipulación de su destino amoroso que deriva en la destrucción de su relación, con un móvil netamente arribista y egoísta en nada relacionado con las tradiciones ancestrales niponas. La tragedia es el punto de quiebre de la línea argumental, el intento de suicidio de Sawako y su posterior locura así como la de su amado, la atadura de los enamorados, su conversión en mendigos y la triste peregrinación al pasado se resuelve con la muerte de la pareja.

En segundo lugar, la de Nukui, un obsesivo seguidor de la cantante de pop Haruna, otro hombre aparentemente normal que somete su destino al devenir de la industria del espectáculo cediendo a la manipulación mediática, otra vez la tragedia traducida en el accidente de la cantante, es un elemento esencial de la narración, su soledad resultado del trauma sufrido y la masoquista demostración del fanático quien cercena sus ojos por el objeto de su deseo, concluye en la liberación del su dolor y sacrificio con la muerte.

En tercer lugar, la de Hiro, un mafioso que como la cacha de un hacha, madera traicionera usada para destruir a los de su propia especie, fue capaz de asesinar a su propio hermano, en medio de su miserable vida, quien después de treinta años, encuentra a la mujer que abandonó, la que continúa esperándole completamente trastornada, criminal que desaprovecha la única oportunidad de enmendar su patética existencia antes de morir de la misma manera que mató.

Finalmente respecto de la realización de la película es importante resaltar lo siguiente:

- En las tres historias se recurre a flashbacks donde se altera la secuencia temporal ordenada de la historia, permitiendo unir diferentes periodos presentes y pasados.

- La fotografía raya la perfección, con el uso de colores vivos y primarios en escenarios majestuosos y épicos cargados de simbolismo.

- La banda sonora, se constituye en un fondo musical acorde con todos los momentos de la narración.


- El vestuario es impecable y  cada uno de los trajes usados por los personajes muestra el contraste entre lo tradicional y lo contemporáneo.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Sobre La infancia de Iván de Andréi Tarkoksy muestra del Cine Soviético


Luego de observar el filme puedo concluir lo siguiente:

·       Sí bien la producción se realiza después de 17 años de la toma de Berlín por parte del ejército rojo soviético y 9 años después de la muerte de Stalin se percibe aún el condicionamiento de poner el arte al servicio de las ideas socialistas.

·       En medio de la guerra fría se desarrollaba un amplio afán de propagación de las ideas socialistas al hemisferio occidental por parte de la Unión Soviética y la historia de Iván puede enmarcarse indirectamente como una muestra de nacionalismo, sin embargo cabe anotar que luego de revisar algunas entrevistas al director Tarkovsky esté afirma que su intención no fue la de magnificar la gran guerra patria de la URSS en contra del III Reich.

·       El presupuesto y la financiación de la realización de la película es de naturaleza pública y estaba enmarcado por las leyes culturales soviéticas, entendiendo con ello que el estado socialista monopolizaba todos los medios de producción incluidos los medios de comunicación siendo el cine en extremo importante por llegar a las grandes masas.

·       Se enseña una representación verídica de la realidad como lo es el costo humano de la guerra, la violación de los protocolos de Ginebra por parte del ejército nazi, el genocidio del pueblo soviético por parte de los alemanes, las torturas y los campos de concentración del III Reich, las vicisitudes del ejército rojo soviético, el amor y la ternura en medio de la guerra mostrado por capitán Jolin a Iván, el papel de la mujer en la guerra representado por María, el deseo de venganza y férrea voluntad de Iván, y la magistral inclusión de fragmentos reales de la ocupación de Berlín por parte de los soviéticos, imágenes de los cuerpos muertos de Goebbles[1] y su familia junto con las imágenes de la entrega de Berlín por parte del General Weidling[2] a los soviéticos.

·       Finalmente se evidencia un apoteósico manejo del montaje y coordinación de todos los elementos de la representación, en escenarios imponentes, con un impecable manejo de sombras.




[1] Paul Joseph Goebbels (Rheydt, Alemania; 29 de octubre de 1897 - Berlín, Alemania, 1 de mayo de 1945) Ministro de Propaganda del III Reich, amigo íntimo de Adolf Hitler.
[2] Helmuth Otto Ludwig Weidling (Halberstadt, Alemania 2 de noviembre de 1891 - Siberia, URSS, 17 de noviembre de 1955), General de Artillería y Comandante del Cuerpo LVI de Tanques del III Reich dirigió la defensa de Berlín durante la última etapa de la ofensiva soviética sobre Alemania, rindió la ciudad el 2 de mayo de 1945, dos días después del suicidio de Adolf Hitler.
Severo artículo de Julián Silva:

Torquemada fue el monstruo más grande que parió la fe cristiana desde la muerte de Jesucristo. Él solo, a la cabeza de la Santa Inquisición, quemó, desmembró, decapitó y ahogó a más de cien mil hombres, mujeres y niños en nombre de la iglesia Cristiana. Mi primo Iván quería convertirse en sacerdote como Torquemada. La abuela Leonor estaba fascinada con la idea. El abuelo Bracca temía lo que el fanatismo de su esposa pudiera hacer con la cabeza impresionable del muchacho. No había olvidado la revolución instigada por el sacerdote Simón Alcibíades en mil ochocientos cincuenta y siete, una de las más sangrientas de mi país, convertida luego en guerra y después en masacre por aquellos que blandieron la espada roja de la venganza institucional. En la misa de cierto domingo, desde el púlpito de la iglesia, el sacerdote Alcibíades instó una multitud, de por sí borracha de aguardiente e ignorancia, a enfrentar con el mismo Dios vengativo del antiguo testamento al grupo de inmigrantes protestantes que se reunían en el club social a jugar a las cartas y hacer negocios. La mayoría de ellos venía de Alemania e Inglaterra. Tenían el dinero de la quina, el caucho y el mimbre que exportaban a sus países de nacimiento. Los extranjeros vivían con libertades que los nativos no conocían. Tenían fiestas en donde tocaban el piano, celebraban orgías y bailaban música estridente hasta la tarde del día siguiente. Pero en este lado del mundo la religión comandó la mente y corazón de presidentes, militares y populacho en general. El temor a un Dios vengativo e implacable lo heredamos de la España oscurantista de mil cuatrocientos noventa y dos. Gente como Simón Alcibíades acució a los

héroes furiosos de la patria desde mil ochocientos diez a despanzurrar campesinos por lo alto y ancho del continente.

Aquel domingo de la segunda mitad del siglo diecinueve, desde el púlpito de la iglesia, el sacerdote Simón Alcibíades habló del pecado, la moralidad y degeneración de los invasores extranjeros. Habló de la salvajada de los cruzados, pero se refirió a los árabes y no a los verdaderos invasores que fueron los franceses. Mencionó también la incursión de los musulmanes a España y a casi todo el continente desde el siglo octavo después de Cristo. Decía todas éstas para despertar al demonio que llevamos todos por dentro, polvorín siempre a punto de reventar desde el principio de los tiempos, y ellos, carne de cañón sin nombre, gritaban y eructaban y esperaban salir pronto de allí para inundarse la jeta con guarapo y aguardiente e ir al club social de los extranjeros y enseñarles lo que era la verdadera furia redentora de Cristo.

No se escuchaba una gritería semejante desde la última de las independencias en el año diecinueve. Alegría homicida se respiraba en el aire. Las mujeres colgaban rosarios en el cuello de sus maridos para santificar la retaliación que pronto consumarían. El Diablo andaba suelto en las calles. Olía a cebolla, carne frita, azufre y asesinato. Los niños gritaban felices detrás de los verdugos. La perruna hambrienta ladraba desde sus flacos vientres y los agentes del orden se escondían donde no pudieran encontrarlos.

El almacén de los hermanos Donatto cayó de primero. La turba le prendió candela con todo y hermanos y tres dependientes que trabajaban allí. Luego le siguió el club de los comerciantes, y entonces ambos bandos se dieron a la tarea de extinguirse con los hierros forajidos. El incendio del club se extendió hasta la armería del alemán Kropp y el mercado del nacional Ferreira. Un agitador con ínfulas políticas llamado Santa habló en nombre de los campesinos y se adjudicó la tarea de liderarlos. De repente la cuestión se hizo política y el partido de la iglesia y el de los liberales repartió armas de fuego y machetas y la guerra dio inicio. Cuando hay guerra puedes descabezar a tu rival sin que la justicia te lleve preso.

Las elecciones presidenciales se acercaban y con ello la oportunidad de aclarar cuentas con el más duro oponente. Así fue como la revuelta llegó a otras ciudades, y luego a la capital, y entonces el ejército tomó partido y el presidente ordenó cese al fuego y alguien le disparó y por poco le dan en la cara. Se declaró la guerra a la mitad del territorio nacional y la otra mitad respondió con plomo, llanto y sangre.


A esta revuelta se le llamó La guerra de los dos años porque al final se convirtió en más que una revuelta y duró poco más de setecientos días. El partido de la iglesia ganó y la mayoría de los extranjeros regresaron a su país de origen. El sacerdote Simón Alcibíades alcanzó el obispado y murió en una cama caliente a la edad de ciento tres años.

martes, 4 de marzo de 2014

Torquemada - Relato

Severo artículo de Julián Silva:


Torquemada fue el monstruo más grande que parió la fe cristiana desde la muerte de Jesucristo. Él solo, a la cabeza de la Santa Inquisición, quemó, desmembró, decapitó y ahogó a más de cien mil hombres, mujeres y niños en nombre de la iglesia Cristiana. Mi primo Iván quería convertirse en sacerdote como Torquemada. La abuela Leonor estaba fascinada con la idea. El abuelo Bracca temía lo que el fanatismo de su esposa pudiera hacer con la cabeza impresionable del muchacho. No había olvidado la revolución instigada por el sacerdote Simón Alcibíades en mil ochocientos cincuenta y siete, una de las más sangrientas de mi país, convertida luego en guerra y después en masacre por aquellos que blandieron la espada roja de la venganza institucional. En la misa de cierto domingo, desde el púlpito de la iglesia, el sacerdote Alcibíades instó una multitud, de por sí borracha de aguardiente e ignorancia, a enfrentar con el mismo Dios vengativo del antiguo testamento al grupo de inmigrantes protestantes que se reunían en el club social a jugar a las cartas y hacer negocios. La mayoría de ellos venía de Alemania e Inglaterra. Tenían el dinero de la quina, el caucho y el mimbre que exportaban a sus países de nacimiento. Los extranjeros vivían con libertades que los nativos no conocían. Tenían fiestas en donde tocaban el piano, celebraban orgías y bailaban música estridente hasta la tarde del día siguiente. Pero en este lado del mundo la religión comandó la mente y corazón de presidentes, militares y populacho en general. El temor a un Dios vengativo e implacable lo heredamos de la España oscurantista de mil cuatrocientos noventa y dos. Gente como Simón Alcibíades acució a los

héroes furiosos de la patria desde mil ochocientos diez a despanzurrar campesinos por lo alto y ancho del continente.

Aquel domingo de la segunda mitad del siglo diecinueve, desde el púlpito de la iglesia, el sacerdote Simón Alcibíades habló del pecado, la moralidad y degeneración de los invasores extranjeros. Habló de la salvajada de los cruzados, pero se refirió a los árabes y no a los verdaderos invasores que fueron los franceses. Mencionó también la incursión de los musulmanes a España y a casi todo el continente desde el siglo octavo después de Cristo. Decía todas éstas para despertar al demonio que llevamos todos por dentro, polvorín siempre a punto de reventar desde el principio de los tiempos, y ellos, carne de cañón sin nombre, gritaban y eructaban y esperaban salir pronto de allí para inundarse la jeta con guarapo y aguardiente e ir al club social de los extranjeros y enseñarles lo que era la verdadera furia redentora de Cristo.

No se escuchaba una gritería semejante desde la última de las independencias en el año diecinueve. Alegría homicida se respiraba en el aire. Las mujeres colgaban rosarios en el cuello de sus maridos para santificar la retaliación que pronto consumarían. El Diablo andaba suelto en las calles. Olía a cebolla, carne frita, azufre y asesinato. Los niños gritaban felices detrás de los verdugos. La perruna hambrienta ladraba desde sus flacos vientres y los agentes del orden se escondían donde no pudieran encontrarlos.

El almacén de los hermanos Donatto cayó de primero. La turba le prendió candela con todo y hermanos y tres dependientes que trabajaban allí. Luego le siguió el club de los comerciantes, y entonces ambos bandos se dieron a la tarea de extinguirse con los hierros forajidos. El incendio del club se extendió hasta la armería del alemán Kropp y el mercado del nacional Ferreira. Un agitador con ínfulas políticas llamado Santa habló en nombre de los campesinos y se adjudicó la tarea de liderarlos. De repente la cuestión se hizo política y el partido de la iglesia y el de los liberales repartió armas de fuego y machetas y la guerra dio inicio. Cuando hay guerra puedes descabezar a tu rival sin que la justicia te lleve preso.

Las elecciones presidenciales se acercaban y con ello la oportunidad de aclarar cuentas con el más duro oponente. Así fue como la revuelta llegó a otras ciudades, y luego a la capital, y entonces el ejército tomó partido y el presidente ordenó cese al fuego y alguien le disparó y por poco le dan en la cara. Se declaró la guerra a la mitad del territorio nacional y la otra mitad respondió con plomo, llanto y sangre.


A esta revuelta se le llamó La guerra de los dos años porque al final se convirtió en más que una revuelta y duró poco más de setecientos días. El partido de la iglesia ganó y la mayoría de los extranjeros regresaron a su país de origen. El sacerdote Simón Alcibíades alcanzó el obispado y murió en una cama caliente a la edad de ciento tres años.