martes, 15 de abril de 2014

Sobre If de Linsay Anderson Muestra del Free cinema de Inglaterra


Un retrato perfecto del sistema educativo inglés de finales de los años sesenta cercano a la revolución de mayo de 1968, límites, reglas, opresión y la generación y consumación de una insurrección, una propuesta abiertamente contracultural de una directora sensible a su entorno y comprometida con la causa social y estudiantil.

Mick, Wallace y Johnny son los jóvenes que fuimos, somos y serán y mientras existan "látigos" habrá revolución. La disciplina basada en el temor y el castigo permea hasta estos días y no es la solución para mantener una sociedad. El sueño eterno del luchador queda resumido en la frase de Mick: "un hombre puede cambiar el mundo con una bala en el lugar correcto".

Las tomas finales fueron para muchos de nosotros la consumación del anhelo revolucionario marcado por el ritmo de las armas de fuego de ese pequeño escuadrón entregando su vida para acabar con la opresión.

Ya en la mediana parte de la segunda década del siglo XXI la idea de una revolución generada por parte de la juventud parece entenebrecida, hoy se percibe cierta apatía frente a la realidad y gran parte de los jóvenes permanecen ajenos e ensimismados en lo virtual sin adquirir posiciones y compromisos.

En estos momentos nuestras armas son diferentes y con ellas podemos ser la voz actual de nuestra generación y apalancar a las más jóvenes, tenemos los recursos, las historias y los canales para mostrarnos con filmaciones como IF.


Allan Parker ya demostró con la producción impecable de The Wall, basado en la obra homónima de Pink Floyd que existen los elementos necesarios que al ser combinados dan como resultado una obra maestra, en Latinoamérica tenemos historia y música suficiente para construir una semejante, deberíamos estar hartos de las producciones basadas en el narcotráfico y usar nuestra creatividad para combatir la mediocridad.

miércoles, 9 de abril de 2014

Sobre Noche y niebla de Alain Resnais muestra de Cine documental


En el comentario de la entrada dedicada a la muestra del Neorrealismo Italiano en la que tuvimos la oportunidad de apreciar Roma ciudad abierta del maestro Roberto Rossellini me pronuncié sobre la experiencia vivida un sábado de de julio de año de 1999 en la que tuve la oportunidad de visitar El Museo Estadounidense Conmemorativo del Holocausto y conocer de primera mano la realidad de la persecución y el asesinato sistemático de millones de judíos por parte de autodenominado III Reich y sus lacayos, todo ello fundamentado en falsa creencia alemana de ser una “raza superior” y considerar a los judíos como una de naturaleza “inferior”.

Verdad que hasta nuestros días ha sido desmentida por los denominados negacioncitas de dicha depravación y que fue posible demostrar gracias a los documentos fotográficos y fílmicos en los que hombres valientes y decididos como Alain Resnais fijaron las atrocidades cometidas por la “raza aria”.

Conocida esa realidad y probada la negación la reflexión gira en torno, a la guerra y el autoritarismo.

Resnais durante algo más de 30 minutos nos sumerge en una de las expresiones máximas de la maldad humana mostrando ese sistema intrincado de generación de dolor conocido como los campos de concentración y todo su andamiaje, muchas de las escenas como las bandas de músicos, el maltrato a las mujeres, la disciplina implacable nazi y los arañazos resultado de la tortura tocaron las fibras más sensibles de la conciencia.

Un excelente ejemplo para ser replicado denunciando realidades de nuestro país actual, buscando un cambio palpable, como son las correspondientes a la prostitución infantil, la producción de narcóticos, el reclutamiento ilegal de jóvenes para los grupos al margen de la ley y el hacinamiento carcelario, entre tantos otros.

En nuestras manos están las cámaras y las ganas de hacerlo.

martes, 8 de abril de 2014

Henry Miller fue el hombre más feliz del mundo

Les comparto una nueva publicación de mi amigo Julián Silva:



La primera vez que leí Trópico de Cáncer no entendí una sola palabra de lo que Henry Miller quiso decir. No obstante, llegué al final únicamente por el estribillo que cambió mi forma de ver el mundo hasta el día de hoy: “No tengo dinero, futuro ni prospectos. Soy el hombre más feliz del mundo”.

La mayoría de mis autores favoritos hablan de libertad, independencia y desapego. Cuando encuentro que alguno de ellos lo dejó todo por seguir el rastro de una quimera imposible en algún rincón oscuro del planeta, mi sangre hierve y siento la necesidad de largarme y empezar de nuevo allí donde nadie me conozca y la luna brille más cerca de mi cara y las chicas hablen lenguas extranjeras en un vasto desierto de lluvia, cerveza fría y amores repentinos.

Jack Kerouac lo sabía todo al respecto y dedicó su vida a buscar un hogar que nunca encontró. El suyo fue un final triste y predecible, pero cuando lees En el camino comprendes que hay un mundo más allá de donde se pierden los ríos y las montañas. Las carreteras se detienen en los puertos pero al mar lo siguen las estrellas.

“No tengo dinero, futuro ni prospectos…”. Abandona aquello que te aprisiona y encontrarás un millar de ventanas donde antes había una pared de ladrillos. Muere y revive al día siguiente sabiendo que perteneces a todos lados. Los enemigos no existen, únicamente la ausencia de hermandad. A Dios lo puedes hallar entre las piernas de la chica que te ama. Encuentra algo que te guste hacer y consigue que te paguen por ello. Conviértete en un extranjero de la ambición y el secreto de lo que se esconde tras las cosas aparentes te será revelado.

El nuestro es un camino pedregoso y lleno de tropiezos. Nada nos viene fácil y en el mejor de los casos saldremos con la nariz rota y un par de costillas fracturadas. Adelgazarás cinco kilos en dos semanas y los pantalones se te caerán porque un grupo de italianos robó de tu maleta el único cinturón que tenías cuando estabas fuera del hostal explorando las luces de una nueva ciudad. Almorzarás tres rebanadas de pizza de cuatro dólares en la tarde y sopa de fideos de sesenta centavos en la noche. Una amiga que recién conoces te regalará un paquete de bagels porque trabaja en una panadería y una pareja de asiáticos te invitará a cenar en su casa luego de preguntarte en qué parte de África se encuentra Colombia. Hablarás con extraños en las calles y serán quienes consigan trabajo para ti y un buen lugar donde vivir. Asistirás a conciertos gratuitos en una plaza pública y conocerás a una francesa por quien te volverás loco pero te dirá que tiene novio y no quiere ponerle los cuernos contigo. Lavarás platos siete horas en un restaurante sin respiro o asiento y entregarás publicidad en barrios con autos deportivos parqueados en la entrada y barandas blancas rodeadas de flores rojas y amarillas. Te sentirás agotado y pensarás que cometiste un error yéndote tan lejos. Tal vez estabas mejor en tu antiguo trabajo muriéndote de aburrimiento y viendo a la vida pasar frente a tus ojos impávidos.

Pero de repente encuentras a una chica de ojos negros dibujando palomas rojas y nubes azules en la calle y sientes que todo estará bien porque ella te sonríe y siempre hay más de donde viene una sonrisa. Tal vez la invites a comer un bagel y un café de un dólar y encuentres a Dios para cuando caiga la noche. Todo puede suceder si estás dispuesto a recorrer nuevos rumbos con los ojos bien abiertos y una sonrisa sincera pintada en el rostro.


Henry Miller no tenía prospectos ni futuro ni dinero ni ambición pero fue el hombre más feliz del mundo. Ignoro si algún día escribiré un estribillo cuyo impacto perdure ochenta años en el tiempo o si llegue a ser feliz como Henry V. Miller. Sólo sé que tengo cuatro dólares en mi billetera, la barriga llena de bagels y la música de esta ciudad que se escucha a lo largo y ancho del Yarra. Es un buen día para estar vivo. Al menos ahora, en este preciso momento, siento que soy el hombre más feliz del mundo.


miércoles, 2 de abril de 2014

Sobre Banda aparte de Jean-Luc Godard muestra de La nueva ola francesa


Jean-Luc Godar se aparta de la forma clásica y ortodoxa de hacer cine que hasta ese momento se desarrollaba en Francia en contraposición al realismo poético y con Banda aparte concreta un filme en el que demuestra libertad de expresión, creatividad y uso de recursos técnicos que no se habían ejecutado hasta entonces.

Los escenarios, el vestuario, las actitudes son una muestra perfecta de lo que estaba pasando en la clase media europea en la década de 1960 y los jóvenes estudiantes que serían protagonistas en 1968.

Encontramos una mezcla de drama y comedia en la relación establecida entre Odile, Arthur y Franz y la incipiente trama para cometer un robo que termina en tragedia.

Alunas escenas de la película transcendieron hasta el cine actual como son la secuencia del baile y la carrera en medio de los pasillos del Museo del Louvre.

Otro momento memorable corresponde al minuto de silencio guardado por los protagonistas en un bar donde hay ausencia total de sonido.

Godard muestra la inocencia de Odile que es débil frente a la tentación   de los vulgares delincuentes para hurtar en su propia casa, poniendo de por medio el amor al ladronzuelo, entre líneas se vislumbran la intrepidez de la juventud, la amistad, la aventura y realidad de la muerte.