Les comparto una nueva publicación de mi amigo Julián Silva:
La mayoría de mis autores favoritos hablan
de libertad, independencia y desapego. Cuando encuentro que alguno de ellos lo
dejó todo por seguir el rastro de una quimera imposible en algún rincón oscuro
del planeta, mi sangre hierve y siento la necesidad de largarme y empezar de
nuevo allí donde nadie me conozca y la luna brille más cerca de mi cara y las
chicas hablen lenguas extranjeras en un vasto desierto de lluvia, cerveza fría
y amores repentinos.
Jack Kerouac lo sabía todo al respecto y
dedicó su vida a buscar un hogar que nunca encontró. El suyo fue un final
triste y predecible, pero cuando lees En el camino comprendes que hay un mundo
más allá de donde se pierden los ríos y las montañas. Las carreteras se detienen
en los puertos pero al mar lo siguen las estrellas.
“No tengo dinero, futuro ni prospectos…”.
Abandona aquello que te aprisiona y encontrarás un millar de ventanas donde
antes había una pared de ladrillos. Muere y revive al día siguiente sabiendo
que perteneces a todos lados. Los enemigos no existen, únicamente la ausencia
de hermandad. A Dios lo puedes hallar entre las piernas de la chica que te ama.
Encuentra algo que te guste hacer y consigue que te paguen por ello.
Conviértete en un extranjero de la ambición y el secreto de lo que se esconde
tras las cosas aparentes te será revelado.
El nuestro es un camino pedregoso y lleno
de tropiezos. Nada nos viene fácil y en el mejor de los casos saldremos con la
nariz rota y un par de costillas fracturadas. Adelgazarás cinco kilos en dos
semanas y los pantalones se te caerán porque un grupo de italianos robó de tu
maleta el único cinturón que tenías cuando estabas fuera del hostal explorando
las luces de una nueva ciudad. Almorzarás tres rebanadas de pizza de cuatro
dólares en la tarde y sopa de fideos de sesenta centavos en la noche. Una amiga
que recién conoces te regalará un paquete de bagels porque trabaja en una
panadería y una pareja de asiáticos te invitará a cenar en su casa luego de
preguntarte en qué parte de África se encuentra Colombia. Hablarás con extraños
en las calles y serán quienes consigan trabajo para ti y un buen lugar donde
vivir. Asistirás a conciertos gratuitos en una plaza pública y conocerás a una
francesa por quien te volverás loco pero te dirá que tiene novio y no quiere
ponerle los cuernos contigo. Lavarás platos siete horas en un restaurante sin
respiro o asiento y entregarás publicidad en barrios con autos deportivos
parqueados en la entrada y barandas blancas rodeadas de flores rojas y
amarillas. Te sentirás agotado y pensarás que cometiste un error yéndote tan
lejos. Tal vez estabas mejor en tu antiguo trabajo muriéndote de aburrimiento y
viendo a la vida pasar frente a tus ojos impávidos.
Pero de repente encuentras a una chica de
ojos negros dibujando palomas rojas y nubes azules en la calle y sientes que
todo estará bien porque ella te sonríe y siempre hay más de donde viene una
sonrisa. Tal vez la invites a comer un bagel y un café de un dólar y encuentres
a Dios para cuando caiga la noche. Todo puede suceder si estás dispuesto a
recorrer nuevos rumbos con los ojos bien abiertos y una sonrisa sincera pintada
en el rostro.
Henry Miller no tenía prospectos ni futuro
ni dinero ni ambición pero fue el hombre más feliz del mundo. Ignoro si algún
día escribiré un estribillo cuyo impacto perdure ochenta años en el tiempo o si
llegue a ser feliz como Henry V. Miller. Sólo sé que tengo cuatro dólares en mi
billetera, la barriga llena de bagels y la música de esta ciudad que se escucha
a lo largo y ancho del Yarra. Es un buen día para estar vivo. Al menos ahora,
en este preciso momento, siento que soy el hombre más feliz del mundo.
Fuente: Editorial Zenú

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